El lenguaje como conocimiento:
aportes para la didáctica de la lengua
Cecilia Defagó
Existen
distintas teorías y modelos que explican el desarrollo y adquisición del
lenguaje a nivel ontogenético, los que se pueden agrupar en dos grandes tipos:
interaccionistas e innatistas. Para los primeros, el desarrollo del lenguaje es
fruto de la interacción del individuo con el medio, se vincula con el
desarrollo de la inteligencia, de la conciencia y del pensamiento. Para su
aprendizaje interviene procesos cognitivos de dominio general. Desde esta
perspectiva, el lenguaje es un objeto cultural, externo al individuo, quien no
bien dotado de ningún conocimiento previo de dominio específico que facilite su
adquisición.
Los
modelos innatistas sostienen que los niños vienen dotados de un dispositivo
específico para la adquisición del lenguaje, lo que permite explicar por qué a
los cinco años manejan las estructuras oracionales de su lengua materna. Siendo
lo más significativo que conocen y utilizan mecanismos de recursividad de la
sintaxis de su lengua. Este dominio posibilita la construcción y comprensión de
mensajes nuevos, nunca antes escuchados, liberando al niño de las ataduras de
los estímulos y convirtiéndolo en un sujeto lingüísticamente creativo. Es
decir, hablamos de una “gramática mental” o “competencia lingüística” que
poseen los hablantes sobre una lengua nativa y que los hace capaces de
comprender y producir un número infinito de enunciados.
El
conocimiento de la gramática mental corresponde a uno de los aspectos en que
oralidad y escritura se solapan, por lo cual este conocimiento es implícito, y
para poder aprovecharlo es necesario hacerlo explícito para la mente. Por tal
motivo conceptualizar la relación lenguaje-escritura implica el conocimiento de
la lengua materna, ya no solo como objeto natural, inconsciente, que vehiculiza
la oralidad, sino también como objeto cultural, cuyo aprendizaje supone una
abstracción considerable, al aprender a representar un objeto que se posee por
medio de una representación que no se poseía .
A
partir de estos procesos de abstracción le permiten al niño separar
significante y significado a nivel léxico. Pero no solo el conocimiento de nuestra
lengua es suficiente también es necesario añadir la competencia comunicativa,
donde la unidad mínima de comunicación no es la palabra, sino el mensaje. Nos comunicamos
predicando, diciendo algo sobre alguien o algo. La palabra, en forma aislada,
solo nombra, recuerda de la memoria un conocimiento previo. De esta manera, se
transforma el objeto de enseñanza, que se convierte en un objeto externo y
extraño al estudiante, sobre el que parecía no tener ningún concomiendo previo
en un objeto de interacción donde cada nievl involucra los diferentes procesos
cognitivos en la comprensión del texto y del mundo haciéndolo partícipe de su
propio proceso de enseñanza.
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